ACTITUD REPUGNANTE

Las escenas son impresionantes y repugnantes. Un vándalo, ciertamente desalmado, ataca de forma inmisericorde a la jovencita ecuatoriana que viaja solitaria en un vagón de un tren que conecta Barcelona con una de las ciudades cercanas en las que habita la inmensa mayoría de personas que trabajan en la gran urbe, principalmente los provenientes de otros países. Sin que mediara provocación o motivo alguno, una y otra vez golpea con su puño, con la mano abierta y con puntapiés a la víctima que apenas atina a cubrirse el rostro para evitar mayores daños. Luego, el “valiente” agresor hace amago de aproximarse a la puerta como para abandonar el transporte, pero todavía no satisfecho con lo que ha hecho, regresa y cruza tremendo puntapié en la humanidad de la indefensa migrante que es insultada con los peores epítetos y requerida que abandone España. Y todo esto, a vista y paciencia de otros tres pasajeros, entre ellos un argentino, que permanecen impasibles contemplando el ataque a la indefensa mujer. Libros podrían escribirse alrededor de tan repugnante acto de agresión de un joven que ataca, verbal y físicamente a la jovencita mientras habla con la mayor naturalidad por su celular, posiblemente con otra persona de igual calaña, a la que debe estar contando la hazaña que está ejecutando en ese momento. Esta forma de comportamiento no es extraña en la mayoría de países europeos. Los indígenas otavaleños que recorren el mundo exhibiendo y comerciando sus hermosas artesanías, por años han sido víctimas de agresiones xenofóbicas no sólo de ciudadanos comunes y corrientes, que se creen mejores (¡) sino inclusive de agentes del orden que les fastidian cuando colocan sus productos en la calle sin haberse registrado previamente en las correspondientes dependencias públicas, o, cuando una y otra y otra vez les exigen papeles para comprobar la residencia legal. El caso que nos ha conmovido tiene características especiales no porque se trata de una agresión de un varón fornido a una chiquilla indefensa, porque algunos ecuatorianos hemos visto en el decurso de nuestra existencia golpizas propinadas por indígenas borrachos a sus mujeres cargadas de pequeños niños sólo porque les quieren impedir que sigan emborrachándose o porque les quieren llevar a casa luego de una larga jornada de libación. Lo que enardece en el video que recoge la agresión del español a la ecuatoriana tiene su origen en la falta de provocación de la víctima, en la espontánea identificación a la “sudaca” por sus rasgos físicos, y en los golpes a mansalva que propina el agresor ante la actitud cobarde de quienes no tienen la hombría suficiente para poner en su sitio al desadaptado que profiere insultos contra los migrantes, sin importarle que uno de los impasibles testigos también es extranjero, migrante argentino. ¿O es que este sureño de actitud censurable, no reaccionó porque se considera migrante de mejor calidad que el resto de sudamericanos, con quienes no se identifica?. ¿O es que francamente él y los otros son unos repugnantes cobardes que no saben reaccionar como caballeros frente a la agresión de que es víctima una mujer?. Los sudamericanos no tendremos príncipes, duques, o condes, pero sí somos suficientemente machos como para reaccionar en defensa de una mujer agredida. Ciertamente que se necesita tener enferma la mente o el alma para, con ventaja y sobre seguro, atacar con maldad y a mansalva a una chiquilla inerme. Muchos de los que así actúan sufren de uno o de ambos males. No nos cansaremos de lamentar lo ocurrido, principalmente porque ese destino forzado buscan tantos ecuatorianos porque no encuentran trabajo en el país; este país que ya es de todos, excepto de aquellos.

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